31.12.05
Nalbandian entró en la galería de los grandes
Aprovechó la oportunidad que le llegó de última para el torneo de Maestros y se consagró al vencer a Roger Federer; así culminó un gran año, en el que también fue figura en la Davis
El inconfundible acento español de Benito Pérez Barbadillo, director de comunicaciones de la ATP, tronó en el auricular del teléfono celular, de color blanco, que David Nalbandian siempre tiene entre sus manos. “Prepárate, Hewitt y Roddick se bajan y te has ganado uno de los lugares libres para Shanghai. Contéstame rápido, que debo hablar con los organizadores.”
Nalbandian, firme, no dudó en la respuesta. “Decilo en serio. Mirá que de suplente yo no voy. Si juego, estoy; si no, ni me molesten.”
Estaba en Unquillo, rodeado de Javier y Darío, sus dos hermanos, con los que conforma el trío más mentado del condado; con los que había organizado una semana de pesca en la Patagonia. Antes de empezar la pretemporada con Francisco Mastelli; antes de empezar esas vacaciones tan soñadas.
Pero el director de comunicaciones se transformó en el director de película y cambió el libreto para el rodaje. Otra vez, armar el bolso; de nuevo, salir corriendo a un aeropuerto. En Ezeiza, el encuentro con Gastón Gaudio y Mariano Puerta, también convocados a último momento. Ellos tres se sumarían a Guillermo Coria, que ya había llegado a China, para conformar una marca histórica: por primera vez, cuatro argentinos serían parte del torneo de Maestros que cierra la temporada. El 8 de noviembre, Nalbandian no imaginaba lo que podía llegar a vivir doce días más tarde.
Las luces de Shanghai no lo deslumbraron. Allí, Nalbandian supo que integraría el Grupo Rojo junto con el suizo Roger Federer, el croata Ivan Ljubicic y Guillermo Coria. Había que jugar con el Nº 1 del mundo en el debut. Un duelo con un viejo conocido de los tiempos de juniors. Esa ventaja de 3-1 y 40-30 en el tercer set desperdiciada sentenció una derrota que, también sin saberlo, tendría sabor a desquite.
El clic se produjo. Por segunda vez en el año, David le ganó a Coria. La única posibilidad de soñar con una semifinal era eliminar a Ljubicic, el mejor del año en carpeta. David fue una topadora que astilló las ilusiones del croata. Por primera vez en 23 años, un argentino llegaba a la semifinal del Masters; un rato después, con la victoria de Gaudio, la Argentina tendría, por primera vez, dos hombres en esa instancia.
Nalbandian siguió y arrolló a Davydenko; Federer le hizo una bicicleta a Gaudio. Otra vez, Nalbandian y Federer; la final era el choque de apertura. Y ese Masters loco, el de los mil y un imprevistos, tendría un ganador argentino después de 31 años.
Al cordobés no le importaron los dos primeros sets, ganados, ajustadamente, por el Nº 1. El domador de las superficies imposibles emparejó la historia y se puso 4-0 en el quinto. Pero el suizo sacó a relucir lo último que le quedaba, para colocarse 6-5 y 30-0 con su saque.
Claro que en esa noche china, en esa mañana argentina, había que saber ganarle a Nalbandian. Aparecieron los errores de Federer, el tie-break y la emoción. Ahí, arrodillado, primero, tirado, después, Nalbandian recibió el título de Maestro, igualando lo hecho por Guillermo Vilas, en la lejana Melbourne, en 1974. Y, tras el festejo, lo primero que hizo fue escribir, en la cámara de televisión, “¡Vamos, Argentina!” ¿Era claro el mensaje?
A fuerza de coraje y enjundia, Nalbandian había ingresado en la historia del deporte argentino. Talento y corazón, la mejor receta para enamorar a un simpatizante argentino, desataron el fenómeno.
El regreso a Buenos Aires, inmediato, en un viaje de 30 horas para realizar una veloz conferencia de prensa que reunió a medios de todo el país; el viaje urgente a Unquillo, que recibió a su deportista más famoso en medio de un calor sofocante. Como escenas fugaces, el reencuentro con Javier y Darío, para cumplir su palabra e irse de pesca junto con Alberto Mancini, el capitán que fue testigo de sus hazañas en Sydney y Bratislava, por la Copa Davis.
Cuatro días, no más, en la Patagonia. Un domingo con Marcos Ligato y Diego Maradona para vivir la jornada de beneficencia de todos los años, que gracias a su impacto, recaudó más dinero que nunca.
Y mientras una catarata de medios reflejaban la historia del cordobés, llegaba el reencuentro deportivo con la gente. El primero fue en el Luna Park, en la Copa Homenaje Guillermo Vilas que reunió, en la jornada de apertura, al más grande argentino de todos los tiempos con Nalbandian, Gaudio y José Luis Clerc.
Acto seguido, el estadio Orfeo lo pudo ver como ganador del segundo cuadrangular y la ya instalada Copa Argentina, en la espectacularmente renovada Catedral, se mostraba como gran cita. Y David no le falló a la gente que colmó el court central del Buenos Aires: ganó otra final para seguir alimentando el fenómeno. Que el Círculo de Periodistas Deportivos transformó en el mejor deportista del año al otorgarle el Olimpia de Oro, que lo hizo ingresar en la galería de los distintos.
Un umbral que a fines de octubre Nalbandian no había imaginado cruzar. Un lugar que, seguramente, había soñado para más adelante. Un hueco que se generó a partir de una oportunidad que llegó cuando ni siquiera lo imaginaba. Como suele suceder en cualquier otro orden de la vida. ¿O acaso Nalbandian podía creer que un llamado con acento español podía cambiarle la vida?
6
el puesto que ocupó al final del año en la Carrera de Campeones; su mejor ubicación fue el 4° lugar, luego de Roland Garros 2004
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