19.9.05

Copa Davis:El pulso de la cancha brava

Con un poco de tenis, un poquito de fútbol y mucha buena onda, los jugadores argentinos ya probaron la superficie donde jugarán el partido ante los eslovacos. Mijaila, suave Mijaila, puebla con fascinación los vidrios finos de sus anteojos pequeños. Ella y otras 24 personas ni se enteran de que en la tarde del domingo Bratislava entrega unas nubes frías que avisan que viene el otoño. Ella y esas 24 personas prefieren quedarse debajo de los 44 focos blancos, incandescentes, impresionantes, del Sibamac Arena National Tennis Center, el estadio de sillas azules y celestes, donde entre el 23 y el 25 de este setiembre, o sea dentro de casi nada, se jugará la semifinal de la Copa Davis entre Eslovaquia y Argentina. Mijaila, joven, flaquita, inquieta, tiene fascinadas la vista, y los lentes, y su sensibilidad de observadora del tenis porque sigue de cerca, casi de al lado, a unos jugadores, los argentinos, a los que define como "los mejores del mundo", en una respuesta que no demanda más detalles. Mira todo el tiempo Mijaila y es cierto que viendo los raquetazos impecables de David Nalbandian y de Mariano Puerta cuesta pensar que haya mucha gente en el mundo capaz de hacer eso que ellos están haciendo. "Está rápida y va a estar rápida", apunta Nalbandian al final de más de dos horas de entrenamiento cuando describe a la cancha roja sobre la que se jugarán los cinco partidos que parirán un finalista de la Davis entre el viernes y el domingo. Nalbandian habla de la preocupación mayor con la que el equipo argentino fue desembarcando desde puntos de partida diversos en la capital eslovaca: una cancha donde la pelota no sólo avanza a una velocidad de asombros, sino que esa velocidad supera la de la mayoría de las canchas. Lo que asegura Nalbandian también tiene la firma del capitán argentino, Alberto Mancini: "Al principio puede parecer que no, pero, en cuanto empezás a jugar puntos, te das cuenta de que es una superficie muy rápida. No tanto como cuando a Argentina le tocó jugar por la Davis contra Bielorrusia, pero de todos modos rapidísima". A pesar de esa percepción, Mancini no extravía ninguna de sus calmas habituales mientras observa los movimientos de sus jugadores hiperatento, casi sin pestañear y con un mate entre las manos. Es que hay un detalle probado en las mil sonrisas que signan la actividad de los jugadores argentinos tanto a la mañana como a la tarde: ni uno solo de esos diagnósticos trae desánimo. Al contrario: la colección de carcajadas que abre y cierra un par de improvisados partidos de fútbol sobre el mismísimo piso de la cancha tan temida certifica que nadie ve llegar algo que no sean buenos tiempos. Nalbandian juega como un hombre que se divierte cuando corre como un tenaz detrás de la pelota de fútbol, y juega como un profesional brillante cuando ensaya en soledad o como doblista para el duro desafío que se le asoma. Puerta y Nalbandian, integrantes de la pareja de dobles que por segunda vez eligió Mancini, construyen un espectáculo digno de verse contra el binomio sapiente que integran Gastón Etlis y Martín Rodríguez. Dos cosas atrapan: primero, la intensidad del juego; después, la calidad de los humores que reparten. Entre los cuatro consiguen algo que al deporte de alto rendimiento suele faltarle: juegan con todo, se ríen con todo. Por un rato, Gastón Gaudio también es parte de esa combinación de alegría y de esfuerzo. Sólo es un rato porque una serie de problemas digestivos genera que Gaudio despliegue un poco de fútbol y un poco de tenis y deba irse antes, acompañado por su entrenador Franco Davin. La partida precoz le impide a Gaudio enterarse lo que Karol, otro de los curiosos escasos de la actividad argentina, predica de él: "Juega extraordinario Gaudio". Igualmente, Karol y unos cuantos más parten felices con los autógrafos de Nalbandian y de Puerta rumbo a las callecitas de su ciudad. Autógrafos, lógico, no hay por ahora de Guillermo Coria, el que falta, cuya final perdida ayer en Beijing, ante el español Rafael Nadal, ocupó la pantalla encendida de más de uno de los televisores del hotel Danube, donde el equipo que comanda Mancini palpita tenis y calienta la ilusión de una victoria. Eso es lógico. Ocurre que en Bratislava, rincón de la cambiante Europa del Este, sede de una cancha brava de la que ya tomaron cuenta los jugadores, unos cuantos argentinos se empecinan en soñar sueños de tenis. Pueden dar fe de esos sueños las avenidas que se cargan de tranvías y el mítico río Danubio, que lleva su historia de un sitio a otro. También puede decirlo Mijaila, que sigue con los lentes fascinados, mientras una banda de instrumentos de viento suena más que despacito y despide al atardecer.

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